El 11 de Febrero de 2016 se anunció la primera detección directa de ondas gravitacionales. Los dos detectores del experimento LIGO, situados en Livingston y Hanford (EEUU), respectivamente, reportaron un evento de colisión entre dos agujeros negros de 29 y 36 masas solares, respectivamente, situados a una distancia de unos 1.300 millones de años luz (en comparación, el diámetro medio de la Vía Láctea es de unos 100.000 años luz). La magnitud de la explosión cósmica es tal que, durante un período de una décima de segundo, se liberó una potencia unas 50 veces superior a la de todo el Universo junto.
¿Cómo sabemos todo esto? ¡El propio Einstein pensaba que no era posible! Las razones hay que buscarlas en los enormes progresos tecnológicos y teóricos acaecidos durante las últimas décadas, así como en el establecimiento de enormes redes de colaboración y esfuerzo coordinado a nivel internacional. El marco teórico corresponde a la Relatividad General, desarrollado casi en solitario por Albert Einstein entre los años 1905 y 1916, el cual vino a reemplazar la idea de Isaac Newton de que la gravedad era una fuerza que ``tira” de nosotros, por una interpretación de la gravedad como un efecto geométrico: la materia/energía curvan el espacio y el tiempo y el movimiento que experimentan los cuerpos en dichos espacio y tiempo curvados se siente como una fuerza gravitatoria; en palabras de John Wheeler: ``la materia le dice al espacio-tiempo como debe curvarse, la curvatura del espacio-tiempo le dice a la materia como debe moverse”. Cuando se pregunta a la Naturaleza, a través de experimentos, si es Newton o Einstein quién está acertado, esta nos responde que el segundo. Sirvan como ejemplo la explicación del perihelio de Mercurio, o las predicciones de la curvatura de la luz al pasar por las cercanías de un objeto muy masivo (por ejemplo el Sol), el corrimiento al rojo gravitacional, o el movimiento de púlsares binarios.
Agujeros negros y sus sorprendentes propiedades
Las ondas gravitacionales son otra predicción de la Relatividad General que, sin embargo, aún no había sido testada. En esencia, la naturaleza dinámica del espacio y el tiempo en la teoría de Einstein hacen que, cuando un objeto masivo se mueve, se generen perturbaciones en la estructura del espacio-tiempo, las cuales se propagan a la velocidad de la luz. Sin embargo, dichas perturbaciones son extremadamente débiles, lo cual explica que, un siglo después de su predicción, aún no hubieran sido detectadas. En este sentido, hace años que los astrofísicos habían llegado a la conclusión de que la mejor oportunidad para detectarlas residía en estudiar pares de agujeros negros.
El
concepto de un cuerpo tan denso que ni siquiera la luz puede escapar
de él fue ya descrito en una etapa tan temprana como 1783 en una
comunicación a la Royal Society por un geólogo inglés llamado John
Michell. Su idea consistía en llevar el concepto de velocidad de
escape al límite, de tal modo que ningún objeto, por muy rápido
que se pudiera mover, podría escapar de dicho cuerpo denso. Debido
al limitado conocimiento empírico de la época, dicho concepto fue
desechado como una curiosidad. Sin embargo, el concepto renació en
1916 cuando, recién salida de imprenta la Relatividad General, Karl
Schwarzschild encontró una solución matemática de dicha teoría
que permitía la existencia de un cuerpo supermasivo y tan
concentrado que su velocidad de escape sería mayor que la de la luz.
Como la teoría de la Relatividad (Especial) impone que ningún
objeto físico puede moverse a mayor velocidad que la de la luz, nada
podría escapar de dichos cuerpos: el concepto de agujero negro
(acuñado por John Wheeler en 1969) hacía acto de aparición en la
teoría de Einstein.
Ahora
bien, ¿Cómo sabemos que los agujeros negros son reales y no un mero
truco matemático? Utilizando los extensos conocimientos empíricos
acumulados durante décadas, así como poderosos métodos de física
nuclear, los astrofísicos creen conocer con bastante exactitud el
proceso de nacimiento, vida y muerte de las estrellas. Cuando estas
son muy masivas, su etapa final termina ``a lo grande”, con una
explosión en forma de supernova durante la cual su luminosidad crece
hasta superar, durante unos pocos días, la de toda la galaxia por
completo en la cual está ubicada. Pero aún más interesante es el
hecho de que, si la masa del remanente de la explosión de supernova
es lo suficientemente grande (unas 2,5 masas solares), ningún
mecanismo conocido en la Física puede impedir que el destino final
de dicho remanente sea colapsar para formar un agujero negro.
Ahora
bien, todo esto no implica que los agujeros negros existan de verdad.
¿Cómo podemos ver un objeto que no emite luz? La mejor oportunidad
es utilizar el hecho de que la mayor parte de las estrellas en el
Universo son en realidad sistemas binarios: dos estrellas, con
diferentes masas y etapas vitales, orbitando alrededor del centro de
masas del sistema. Supongamos que una de ellas se ha convertido en un
agujero negro. Lo que sucede a continuación es que, debido a su
intenso campo gravitatorio, empieza a absorber parte del material de
su compañera (la canibaliza). Sin embargo, hay que recordar que el
agujero negro es, en realidad, un objeto muy pequeño, de tal manera
que el material atraído no puede ser tragado inmediatamente por este. De tal modo que dicho material se arremolina en un disco
alrededor del agujero negro y se calienta hasta temperaturas
increíbles. Hasta tal punto, que la interacción de dicho material
hace que parte se eyecte transversalmente al disco a velocidades
cercanas a las de la luz. Si un telescopio en la Tierra está, por
fortuna, alineado con dicho material eyectado, lo que se observa es
que desde una zona del espacio donde no ve ningún objeto (porque,
recordemos, el agujero negro no emite luz), pero del cual sin embargo
uno puede calcular su masa (a través de las perturbaciones
gravitacionales sobre su estrella compañera), llegan enormes
cantidades de energía en forma de partículas a casi la velocidad de
la luz. El único objeto compatible con dicho suceso es,
precisamente, un agujero negro, y este método se ha convertido en
una herramienta rutinaria para ``detectar” decenas de agujeros
negros (Cygnux X-1, en 1964, fue el primero).
A
la caza de ondas gravitacionales
Evidencias
indirectas de la existencia de ondas gravitacionales ya se habían
recopilado en el año 1974, con la observación del púlsar binario
PSR B1913+16. Dichos púlsares se corresponden con dos estrellas de
neutrones en rotación una alrededor de la otra, y acompañados de un
campo magnético muy intenso. La Relatividad General nos dice que
dicho sistema debe perder energía de forma progresiva vía emisión
de ondas gravitacionales y que, consecuentemente, se debería
observar una disminución progresiva del
periodo de rotación del púlsar
doble…¡y esto es exactamente lo que se observa al comparar
observación con predicción teórica con una concordancia total! No
obstante, esto aún no representa una observación directa de ondas
gravitacionales.
Es en
este momento cuando entra en escena el detector LIGO (``Laser
Interferometry Gravitational Wave Observatory”). Los culpables de
este experimento son muchos, donde podemos destacar la idea original
por parte de Rainer Weiss (MIT, 1967) y los estudios teóricos
detallados para dar forma a esta idea por parte de Kip Thorne
(Caltech, 1968). Desde los años 80 numerosos prototipos, que
verificaban la viabilidad del diseño, fueron propuestos para su
financiación, la cual fue aprobada en los años 90. Finalmente el
detector LIGO entró en pleno funcionamiento a mediados de la década
de 2000.
El
núcleo principal de LIGO lo conforma un interferómetro, dos brazos
en forma de L, cada uno de unos 4 kms de longitud. Desde una fuente
se emite un láser, el cual es dividido en un espejo en dos hacia
cada uno de los dos brazos, de tal manera que, al llegar al final de
cada uno de ellos, es reflejado para volver a recombinarse en el
espejo inicial. Dado que la luz es una onda, si la distancia de los
dos brazos es exactamente la misma, los picos y valles de cada uno de
los dos láseres interferirán de manera destructiva de tal manera
que un fotodetector situado en el espejo divisor no detectará
ninguna señal lumínica. El objetivo de LIGO pasa por lo siguiente:
si en cualquier momento una onda gravitacional atraviesa el aparato
experimental, la perturbación que genera en la estructura del
espacio y el tiempo hará que la longitud de uno de los dos brazos se
acorte ligeramente, mientras que el otro se alargará. En ese
momento, dado que la distancia que el láser recorrerá en cada uno
de los brazos será diferente, la interferencia ya no será
completamente destructiva al llegar al fotodetector, el cual será
capaz, en principio, de detectar una pequeña cantidad de luz. El
hecho de que LIGO tenga dos detectores, uno en Hanford y otro en
Livingston, separados por una distancia de unos 3000 km, ayuda a
determinar la procedencia de la señal de ondas gravitacionales.
¿Cómo
de pequeña es la señal? Los cálculos teóricos indican que es
extremadamente débil…¡una parte en 10^21! (unas mil veces más
pequeña que el radio de un protón). Es tan débil que efectos tan
cotidianos como el tráfico, microterremotos o el ruido término es
millones de veces más intenso que la señal que queremos detectar y,
por tanto, nuestro detector sería incapaz de distinguir la onda
gravitacional del ruido ambiente. Afortunadamente, el trabajo
colectivo de ingenieros, experimentales y teóricos consiguieron un
logro de la ingeniería moderna al reducir el ruido ambiental por
debajo de la sensibilidad de LIGO. Las puertas a la detección de
ondas gravitacionales estaban, pues, abiertas, y un primer evento se
registró el 14 de Septiembre de 2015.
No
obstante, la detección necesita ser interpretada: lo que se buscaba
es una señal procedente de la fusión de dos agujeros negros, para
así aumentar su amplitud. El estudio de dicha fusión requiere de
métodos numéricos avanzados para resolver las ecuaciones de la
Relatividad General de Einstein mientras que, a su vez, el progreso
de la implementación de métodos computacionales permite la
detección, filtrado, y estadística sobre la señal observada. Los
modelos teóricos predicen que dicha fusión pasa por tres fases: una
de aproximación (inspiral) donde los dos agujeros negros rotan el
uno alrededor del otro sin perder su identidad, otra de fusión
(merger) donde los agujeros negros alteran significativamente su
forma, y una final (ringdown) donde los dos agujeros se han fusionado
en uno nuevo, liberando en el proceso grandes cantidades de ondas
gravitacionales con una señal muy particular…¡que encaja
precisamente con lo que los nodos de Hanford y Livingston del
detector LIGO midieron!.
El
presente y futuro de la astronomía moderna
La
detección de las ondas gravitacionales por LIGO representa el primer
paso en una nueva época en la astronomía moderna. Hasta ahora
nuestro conocimiento del Universo provenía del estudio del espectro
electromagnético (radio, microondas, infrarrojo, visible,
ultravioleta, rayos X, rayos gamma), así como de otras fuentes
adicionales tales como neutrinos o rayos cósmicos. Sin embargo,
existen limitaciones inherentes de la interacción electromagnética,
tales como el apantallamiento debido a nubes de polvo y gas, o la
imposibilidad de observar más allá de unos 380.000 después del Big
Bang debido la opacidad del Universo en aquella época. Sin embargo,
la astronomía de ondas gravitacionales está libre de tales
limitaciones y podrá llegar más allá de donde la electromagnética
no puede, y ayudar a entender mejor el Big Bang, enanas blancas,
púlsares, agujeros negros, materia y energía oscura…¡e incluso
testear con mayor precisión la teoría de la Relatividad General de
Einstein así como teorías de gravitación alternativas a esta! A
parte de LISA, otros detectores de ondas gravitacionales están en
construcción o en fase de planificación. Es, sin duda, una época
apasionante para ser astrofísico.
Texto de Diego Rubiera García (@rubieradiego), Investigador FCT del Instituto de Astrofísica y Ciencias del Espacio de Lisboa.
Una paradoja sobre las ondas gravitacionales.
ResponderEliminarCuando dos "horizontes de sucesos" errantes chocan emiten ondas en todas las direcciones espaciales o espacio-temporales. Es decir, una onda gravitacional en realidad toma la forma de una esfera en expansión, lo que implica que también se genera, al menos, una onda gravitacional que toma el sentido opuesto al de la onda que se detecta aquí en la tierra.
Por lo tanto, si en lugar de haber detectado una onda gravitacional procedente de una colisión acaecida hace 1.300 millones de años, ésta hubiera sucedido hace 10.300 millones de años, también se habría producido una perturbación espacio-temporal en sentido opuesto del tiempo. Ahora bien... esto implicaría que el periodo de existencia de dicha onda-esfera (o cómo lo queramos denominar) sería superior al periodo de existencia estimado para nuestro Universo.
¿Existe alguna explicación a esto?
Francamente, no veo por qué tiene que emitirse en sentido opuesto al tiempo, de hecho, el tiempo solamente tiene un sentido...
ResponderEliminarSaludos y enhorabuena por el blogspot
Miguel Angel