Muchos y muchas de los que hemos
caído leyendo este blog compartimos una pasión: la ciencia en general y la
física en particular. Tratamos de
entender y explicar objetivamente el mundo que nos rodea y explorar, conocer y comprender
-¡en la medida de lo posible!- los universos que están por descubrir. Sentimos
especial fascinación por ir más allá de nuestras fronteras hacia escalas cada
vez más pequeñas o cada vez mayores, hacia la estructura más fundamental de la
materia o hacia los confines del cosmos.
Todos los que decidimos algún día acercarnos a esta ciencia, de modo
profesional o movidos por la curiosidad, hemos oído hablar de quarks, teoría de
cuerdas, del bosón de Higgs y los neutrinos, de ondas gravitacionales… siempre,
siempre tratando de llegar hasta los límites del (¿deberíamos decir nuestro?)
universo conocido. Y resulta paradójico que, incluso entre todos los freaks que sentimos esta inquietud, a
menudo pasa desapercibido un mundo aún por descubrir y muchísimo más cercano a
nosotros: el mundo submarino. El océano es un medio hostil para la especie
humana. Como ocurre con el universo exterior, nuestro organismo no está
adaptado al medio y por tanto su exploración está intrínsecamente ligada al
desarrollo científico y tecnológico. Las primeras inmersiones con escafandra
datan del siglo XIX, y con equipos autónomos a mediados del siglo XX. La máxima
profundidad que ha alcanzado un ser humano buceando es de unos 330 metros. ¿No
es curioso que podamos llegar a la Luna, que estemos pensando en explorar Marte
y que seamos extraños en rincones de nuestro propio planeta? Está claro que no
podemos “bajar allí abajo”, por lo que necesitaremos otras técnicas para
explorar lo que ocurre tanto en la columna de agua como en el fondo submarino.
Las ondas electromagnéticas siempre han sido uno de los primeros recursos de
exploración para los humanos. ¡Pero si incluso tenemos una frase que dice “si
no lo veo no lo creo”! La luz –espectro electromagnético visible- ha sido
nuestra primera herramienta de observación y el resto del espectro ha ido
detrás. Sin embargo, las ondas electromagnéticas apenas se propagan en el medio
acuático (unos pocos centímetros si pensamos en las frecuencias propias de las conexiones
de Wi-Fi), así que necesitamos otra herramienta, y aquí es donde queríamos
llegar: las ondas acústicas.
El océano es un medio
fundamentalmente acústico. La velocidad del sonido en el agua es 5 veces mayor
que en el aire, y su absorción, dependiente de la frecuencia de la onda, es mil
veces menor, lo que facilita que el sonido se propague velozmente y a largas
distancias. Eso sí, como todo no pueden ser ventajas, el medio presenta una
enorme variabilidad que afecta a la propagación del sonido: la velocidad
depende de la presión, de la temperatura y de la salinidad, c=c(P,T,s),
parámetros que varían a lo largo de la columna de agua, lo que, por refracción,
modifica la trayectoria de las ondas acústicas. Estas ondas a su vez sufren
perturbaciones y deformaciones, debido a las reflexiones y a las
inhomogeneidades del medio. Estos condicionantes deben tenerse en cuenta a la
hora de estudia la propagación de las ondas en el mar.
Las especies acuáticas están
adaptadas a este medio y han hecho de la acústica su herramienta fundamental de
supervivencia, como los humanos hemos hecho con la vista. La mayoría, llegados
a este punto, pensaremos en los sonidos emitidos por los cetáceos, orientados
fundamentalmente a la detección de presas, identificación de predadores o
comunicación. Estos mamíferos marinos –que suelen, por lo general, resultar
bastante simpáticos- emiten sonidos en un amplio espectro de frecuencias y los emiten no sólo bajo el agua sino también
en superficie, de modo que resultan fuentes acústicas audibles para los
humanos. Sin embargo, no es tan conocido que hay muchísimas otras especies, más
allá de cetáceos, que son “especialistas en acústica”. Algunas especies de
peces, como es el caso del pez sapo, Opsanus tau, emiten sonidos ligados
al cortejo, y muchos de ellos se valen de la detección de las ondas acústicas
para nadar en bancos compactos y no desorientarse. Incluso invertebrados
como cangrejos o langostas emiten sonido vibrando su caparazón o por
frotamiento de partes de su cuerpo. Es precisamente un invertebrado, el llamado
“cangrejo pistolero”, Alpheus
heterochaelis (Imagen 1), el responsable del ruido más intenso producido por
una fuente biológica en el mar. Este cangrejo genera una burbuja de agua
cerrando sus pinzas a gran velocidad. Por cavitación se genera una burbuja de
vapor que colapsa, llegando a provocar “estallidos” de hasta 220dBref 1mPa dB a 4 cm.
Imagen 1: El cangrejo pistolero. Imagen propiedad de CSIRO1 |
Al igual que todas estas y otras
muchas especies, también el hombre ha desarrollado el campo de la acústica
submarina para poder sacar provecho de las ventajas que proporciona un fluido
(el agua) para la propagación de las ondas acústicas y aumentar su conocimiento
sobre el medio acuático. Podría fecharse el inicio de esta disciplina en los
trabajos de Paul Langevin entre 1915 y 1918, demostrando la capacidad de
transmitir señales y con la detección de submarinos utilizando ultrasonidos. Su
desarrollo fue especialmente intenso durante la segunda guerra mundial y la
guerra fría, con aplicaciones de carácter principalmente militar, y
posteriormente su uso se extendió también a las aplicaciones civiles. Las
funciones fundamentales de la acústica submarina son:
i) Detectar y localizar objetos y obstáculos.
ii) Medir la características del medio-ambiente marino, o la posición y velocidad de un objeto.
iii) Transmitir señales, tales como datos de instrumentación científica, señales entre buques y submarinos o telecomandos a dispositivos. Para desarrollar estas funciones, las técnicas acústicas utilizadas pueden dividirse en dos: técnicas pasivas y técnicas activas.
i) Detectar y localizar objetos y obstáculos.
ii) Medir la características del medio-ambiente marino, o la posición y velocidad de un objeto.
iii) Transmitir señales, tales como datos de instrumentación científica, señales entre buques y submarinos o telecomandos a dispositivos. Para desarrollar estas funciones, las técnicas acústicas utilizadas pueden dividirse en dos: técnicas pasivas y técnicas activas.
Las técnicas pasivas consisten en
“escuchar” el océano: la observación consiste en registrar los sonidos
existentes y procesarlos, sin emitir energía acústica en el mar. Si fuera del
agua utilizamos los micrófonos, en el agua utilizaremos sus análogos acuáticos,
los hidrófonos, aislados o incorporados a dispositivos más complejos de
monitorización. Los sistemas pasivos tienen un abanico extenso de usos, desde
la utilización recreativa para escucha de cetáceos, la detección y tracking de
algunas especies o la realización de mapas acústicos o estudios de impacto. La
fotografía (muestra un dispositivo pasivo, el SAMARUC3, diseñado en
la Universitat Politècnica de València.
Los gráficos muestran los niveles recogidos en un fondeo en Cabrera: el gráfico superior (Imagen 3) corresponde a una semana del mes de agosto, el inferior (Imagen 4) a la última semana del año. El aumento de tráfico marítimo en agosto es evidente comparando los dos registros. Cabe destacar también el aumento de niveles en el último día del registro inferior: corresponde a fin de año.
Imagen 2: Sistema acústico pasivo SAMARUC. |
Los gráficos muestran los niveles recogidos en un fondeo en Cabrera: el gráfico superior (Imagen 3) corresponde a una semana del mes de agosto, el inferior (Imagen 4) a la última semana del año. El aumento de tráfico marítimo en agosto es evidente comparando los dos registros. Cabe destacar también el aumento de niveles en el último día del registro inferior: corresponde a fin de año.
Imagen 3: registro del fondeo del Parque Nacional de Cabrera a 90 m de profundidad, muestra la variabilidad diaria de presencia de embarcaciones en del 8 al 16 de agosto de 2013. |
Imagen 4: registro desde el 24 diciembre del mismo año al año nuevo de 2014, evidenciando la menor presencia de embarcaciones y disminución de niveles. |
Las técnicas activas, por el
contrario, conllevan la emisión de ondas acústicas en el océano. Su utilización
es muy amplia y, de modo general, permiten detectar y localizar objetos aunque
estos no sean fuentes de sonido–es la principal función de sónares y
ecosondas-, medir características del entorno marino y transmitir señales. El funcionamiento del principal dispositivo
activo –ecosondas y sónar- consiste en su descripción más básica en la emisión
de un pulso acústico y la recepción y procesado del eco producido por los
objetos que encuentra en la columna de agua o en el fondo. La nivel de
intensidad del eco recibido por la ecosonda, EL (echo level), viene dada
según la ecuación del sónar4:
EL = SL - 2 TL + TS
En esta ecuación, donde las
magnitudes se expresan de forma logarítmica, SL (source level) representa el nivel de fuente, que es configurado por
el usuario en el momento de emitir el pulso ultrasónico y por tanto conocido,
TL (transmission loss) tiene en
cuenta las pérdidas por transmisión del haz en el camino de ida hasta el
obstáculo y de vuelta hasta la ecosonda, de ahí el “2”, considerando tanto las
pérdidas por absorción como por dispersión geométrica y que son conocidas si se
conocen las propiedades del medio y del pulso emitido y, finalmente, el término
TS (target strength) es el factor de
blanco, que se define como la relación
(en dB) de la intensidad de la onda devuelta (hacia la ecosonda) por el objeto (Ibs) y la que incide sobre
éste (Ii), y tiene la
expresión:
T S = 10log (Ibs / Ii)
El TS depende de las propiedades
del objeto sobre el que incide: material, orientación, tamaño, forma, respuesta
a la frecuencia... y por tanto es un parámetro fundamental en el campo de la
acústica activa.
Uno de los objetos que nos
encontramos en la columna de agua son, por supuesto, los peces y el estudio de
su TS es una herramienta fundamental en pesquerías5: detección de
bancos, monitorización, control de crecimiento, identificación de especies… En el
gif vemos el funcionamiento de una ecosonda de haz simple, que muestra el eco
procedente de un pez atravesando el haz acústico.
Quizá, llegados a este punto, aún
no se os haya pasado por la cabeza pensar qué tiene que ver todo esto de la
acústica submarina con comerse un buen sashimi de maguro. Aunque
probablemente no podáis dejar de pensar en ello, sobre todo si os gusta el
sushi… ¡Lo veremos más adelante!
Sashimi de Akami.
Imagen propiedad de Tunatega Balfegó.6
|
El océano es un mar de ruido, y
el sonido vive en él “como pez en el agua”.
Sintiéndolo mucho, Sr. Cousteau, no, no es un mundo silencioso.
Texto de Isabel Pérez-Arjona, Doctora en Física por la Universidad de Valencia y Profesora Titular de la Universitat Politècnica de València (Campus de Gandia).
1http://www.scienceimage.csiro.au/
2Lohse, D., Schmitz, B.
and Versluis, M. 2001, “Snapping shrimp make flashing bubbles.” Nature
413(6855): 477 – 478
3R. Miralles, G. Lara, A. Carrion, and
J.A. Esteban. SAMARUC a Programmable system for Passive acoustic monitoring of
cetaceans. WAVES, 5(1):69–79, 2013.
4Lurton, Xavier. An
introduction to underwater acoustics: principles and applications. Springer Science & Business Media, 2002.
5MacLennan, David N.,
and E. John Simmonds. Fisheries acoustics. Vol. 5. Springer Science &
Business Media, 2013.
6https://www.tunatecabalfego.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario